Por un breve espacio piense en las personas que están a su alrededor. ¿Cuántas de ellas están enfrentando problemas emocionales? Si responde que no le resulta fácil determinarlo, reflexione entonces en cómo ve usted que ellas actúan. Quizá evidencia que tienen preocupaciones, frustraciones, temores o reacciones de irritabilidad ante lo que consideran una provocación.
¿Le resulta familiar el asunto? Si es así, coincidirá conmigo en que muchos de nuestros seres queridos, amigos o quizá aquellos con quienes interactuamos diariamente, afrontan dificultades a nivel familiar y personal que ameritan ser abordadas, encontrar mecanismos para superarlas, y mejorar así su calidad de vida.
El Señor Jesús dijo: “El ladrón solamente viene para robar, matar y destruir. Yo vine para que la gente tenga vida y la tenga en abundancia”(Juan 10:10. Versión: Nuevo Testamento, la Palabra de Dios para todos).
Si pudiera apilar el enorme volumen de correspondencia que llega a diario a mi buzón electrónico con preguntas sobre situaciones que desencadenan crisis en todas las áreas del ser humano, indistintamente de si se trata de mujeres u hombres, lo más probable es que no podría responder a la totalidad de solicitudes.
Lo más probable es que usted está ante una realidad similar. Quienes le rodean o saben que usted es cristiano y ejerce el liderazgo, le pedirán un consejo, y alguien más otro, hasta convertirse en un conjunto muy grande de solicitudes de acompañamiento.
A todos les asiste un común denominador: vivir a Jesucristo en el día a día; no obstante, se hallan frente a obstáculos para aceptar, asimilar y llevar a la práctica su nueva condición de hijos de Dios, nacidos de nuevo.
Es evidente, entonces, que necesitamos herramientas para brindar un consejo oportuno y eficaz a quienes lo solicitan.
CONSEJERÍA FAMILIAR CRISTIANA
No pretendemos presentarles un tratado magistral sobre el análisis, atención y aplicación de pautas que lleven a corregir todos los problemas que aquejan al ser humano; por el contrario, estamos convencidos que sólo es Dios el que puede ayudarnos a encontrar la salida del laberinto y obrar la sanidad interior que necesita el ser humano. Es cierto, ramas de la ciencia como la sicología y la psiquiatría, han ofrecido pautas. Sin embargo, está probado que no han sido suficientes.
Lo que sí aspiramos es ofrecerles herramientas, fundamentadas en las Escrituras, para que usted pueda brindar un acompañamiento que impacte y produzca transformación en aquellos que piden orientación en sus dificultades personales y familiares.
¿QUÉ DESEA DIOS PARA NOSOTROS?
Cuando Dios dio vida al género humano, lo puso en un Jardín preparado con antelación para que pudiera disfrutar de todo aquello que había ocupado sus primeros días de creación. Imagine a un padre amoroso que construye una casa para su hijo, le provee de todo lo necesario y, cuando considera que todo está a punto, le entrega las llaves. ¡Eso fue lo que hizo el Señor con nosotros!
¿De dónde provienen entonces las situaciones traumáticas que afloran en las personas, trayendo amargura a su existencia? La respuesta es contundente: es la consecuencia del pecado. Cuando vamos en contravía de los propósitos del Creador, asumimos las consecuencias.
Pero hay una buena noticia: el Señor Jesús –mediante su muerte en la cruz–eliminó la brecha que nos separaba de Dios y ahora podemos disfrutar de la plenitud de vida que tenía planeada desde un comienzo para usted y para mí.
En las Escrituras leemos: “Por eso el sacrificio del cuerpo de Cristo nos hace sanos porque él hizo lo que Dios quería al sacrificarse una sola vez y para siempre… Nos ha limpiado y liberado de toda culpa, y ahora nuestro cuerpo está lavado con agua pura…” (Hebreos 10:10, 22. Versión: Nuevo Testamento, la Palabra de Dios para todos)
¿Hay razón para que continuemos en una condición de tristeza, amargura y desesperanza, no solo en el presente sino hacia el futuro porque todavía nos gobiernan los recuerdos y sensación de culpa de cuanto hicimos en el pasado? En absoluto.
Usted y yo fuimos lavados por la sangre del maestro, y cada día es un nuevo capítulo por escribir. Dios ya hizo su parte, ahora la decisión está en sus manos.
JESÚS SANA NUESTRO MUNDO INTERIOR
En cierta ocasión el Señor Jesucristo se encontraba en Nazaret, el pueblo donde había crecido. Conforme a su costumbre fue a la Sinagoga en el día de reposo.
Lucas relata que “Le dieron el libro del profeta Isaías, lo abrió y encontró la parte donde está escrito: El Señor ha puesto su Espíritu en mi, porque me escogió para anunciar las buenas noticias a los pobres. Me envió a contarles a los prisioneros que serán liberados. A contarles a los ciegos que verán de nuevo…Luego Jesús enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Los que estaban en la sinagoga le ponían mucha atención. Entonces Jesús les dijo: –Lo que acabo de leerles se ha cumplido hoy” (Lucas 4:17-20. Versión: Nuevo Testamento, la Palabra de Dios para todos).
Cuando leemos el pasaje con detenimiento podemos imaginar la escena, en la que decenas de personas estaban atentas al Maestro. Ellos enfrentaban dificultades. Tal vez su temperamento, los temores, recuerdos de errores pasados que no les permitían avanzar.
Sinnúmero de situaciones venían atropelladamente a su memoria y los conducían a coincidir en un punto: todavía eran presa de traumas que les impedían crecer como personas pero también, en la vida espiritual.
Es probable que no fueran traumas sino limitaciones que ellos mismos ponían a su paso y que mantenían sus vidas en estancamiento.
Pero las palabras del Señor Jesús trajeron sanidad a su mente y a su corazón. ¡He ahí el punto: sanidad interior! Ese es el centro alrededor del cual gravita todo el asunto: que las personas a quienes ustedes y yo orientemos, encuentren sosiego y además, con ayuda de los principios bíblicos, encuentren sanidad para sus heridas…
Así es que, tome su Biblia, papel y lápiz, y… a trabajar…
© Fernando Alexis Jiménez
Escuela Bíblica Ministerial
Iglesia Misión Edificando Familias Sólidas